Encabezado

jueves, 2 de septiembre de 2010

Estudio psicológico de los sicarios

isparar una pistola hacia la cabeza de un ser humano, ahorcarlo, quemarlo, mutilarlo… matarlo sin piedad y sin culpa… todo por un interés superior, ese que los narcotraficantes han impuesto en nuestro país: el trasiego de drogas.

¿Qué pasa por la mente de sicarios o personas que participan en masacres como la recién perpetrada por el crimen organizado en Tamaulipas, donde se encontraron cadáveres de 72 personas identificadas como migrantes?

Especialistas consultados por KIOSKO aseguran que no existen bases científicas para delinear un perfil de este tipo de criminales, sin embargo enumeran características generales que pueden propiciar la conducta violenta.

Ellos señalan que no son monstruos psicópatas de película, sino individuos con trastornos de personalidad que perdieron valores universales, como el respeto por la vida, pero que crean otros, como el uso de la violencia para subsistir en una organización criminal.

Habitualmente son personas que se enojan fácilmente y cuya resistencia al dolor es alta. Su participación en homicidios tiene una motivación, una justificación y requiere de una actitud particular. Coinciden además en que los jóvenes son presas importantes porque se puede moldear su carácter de manera fácil.



Los especialistas dicen que no se puede generalizar que los verdugos usen estupefacientes para cometer crímenes.

Una declaración de John Jairo Velásquez, alias Popeye, quien fue sicario principal y mano derecha del colombiano Pablo Escobar en los años 80, ilustra lo dicho por los especialistas:

“No sé a cuántos he matado porque los que cuentan muertos son sicópatas. Con mis manos ejecuté a unas 250 personas”, dijo Popeye en 2009.

Sus palabras hablan, a decir de los investigadores, de una característica con la que hasta hoy se puede identificar a sicarios o a personas que participan en masacres: “No son enfermos mentales”.

“La gente común podría pensar que sólo un loco o una persona con cierta patología, que lo asemeja a un monstruo, podría realizar estos actos delictivos, pero no; lo que sí encontramos es un trastorno de personalidad que los hace carecer de empatía”, dice Daniel Cunjama, investigador asistente del Instituto Nacional de Ciencias Penales (INACIPE).

Explica que hay distorsión de emociones y sentimientos, pues se supone que participar en una masacre debe provocar emociones, como miedo, tristeza o aversión; y sentimientos, como compasión y culpa. No obstante, los matones no experimentan estas sensaciones; por el contrario, se sienten satisfechos.


El origen del desajuste

Existe en consecuencia una carencia total del sentido de culpa y una pérdida del valor de la vida.

Se asegura que todos los seres humanos pueden llegar a cometer actos atroces pero, ¿por qué no todos los realizan?, ¿qué acontece a nivel psicológico y social para que el individuo pierda valores universales como el respeto a la vida?

Para Cunjama, en la formación de la personalidad de estos sujetos ocurrieron hechos o vivencias que les orillaron a alejarse de principios fundamentales.

Visto desde la neuropsicología, Guillermina González, médica de la Clínica del Comportamiento, dice que los individuos que participan -como observadores simples o personas activas- en estos delitos tienen un desajuste emocional.

“Existe un desorden donde la exposición continua a estos actos crea una indiferencia psicopática, lo que permite actuar con crueldad. No hay toma de consciencia de los actos y así no hay arrepentimiento. Se aíslan y buscan sólo la compañía de amigos o cómplices”, dice.

La especialista dice que sus arrebatos de desahogo por los crímenes cometidos, de manera especial cuando se inician en esta actividad, los manifiestan con violencia hacia su familia o a través del consumo de sustancias.

Comportamiento de la milicia

Fernando Valadez, psicoanalista y miembro del colectivo Contra la Tortura e Impunidad, abre el análisis y asegura que las personas que participan en estos “actos de terrorismo” tienen un entrenamiento psicológico de tipo militar. Recuerda que el propio gobierno atribuyó estos actos a los Zetas, una organización que, se presume, está constituida por ex militares.

“No son monstruos con terribles patologías como la gente piensa porque pueden matar y regresar a su casa y ser amorosos con sus hijos. Son entrenados para bloquear sentimientos a fin de cumplir un objetivo más importante”, dice.

Matan por intereses superiores. Bloquean el aparato racional en el momento de jalar el gatillo, al decapitar, al quemar o al ahorcar a alguien. Una vez cometido el crimen, regresan de inmediato a lo racional para justificar su acción, explica.

Martín Barrón, criminólogo del INACIPE, asegura que un individuo que mata debe tener una motivación, una justificación y una actitud. “La gente que asesina a sangre fría en el contexto delictivo deja de sentir y sólo tiene espacio para pensar ‘es su vida o la mía’”, dice.

Los errores

Barrón afirma que las instituciones han fallado en la promoción de valores, en la oferta educativa y laboral que den satisfactores necesarios para no involucrarse en homicidios con los que ganan dinero fácil, y para no insertarse en la cultura de ganar con poco esfuerzo.

Los incentivos económicos dentro del tráfico se convierten así en un gancho importante. Barrón narra su conversación con un sicario. “¿Cuánto ganabas antes de entrar al crimen organizado? me contestó que siete mil pesos, ¿Cuánto ganabas matando gente? ‘Diez mil pesos, pero libres’. Porque no tenía que gastar en carro, ropa y armas; ésas eran prestaciones de la organización”.

La antropóloga social Elena Azaola dice que, para entender a la persona que comete estos crímenes, se debe comprender que este tipo de conductas se desarrollan en el contexto de una falta de gobierno y de un Estado fallido, donde no hay alternativas legales de empleo.

Azaola y Cunjama coinciden en que un fenómeno que aligera la carga psicológica de cometer este tipo de delitos es la impunidad, pues “si cometo este crimen no pasa nada”. También cuenta el empoderamiento que los cárteles han tenido, lo que provoca que los integrantes de esas mafias, en cualquier nivel de participación, se sientan protegidos.

“No es un fenómeno de deformación individual sino social y política que permite que los seres humanos lleguen a esos niveles”, comenta Azaola.

Cunjama dice que aun cuando se haya cometido el crimen más atroz, es posible reinsertar al individuo en la sociedad. “Se puede hacer un ajuste de orden jerárquico en sus valores, como el de la dignidad. Pero el sistema penitenciario en México arroja nulas posibilidades de que se llegue a este escenario, pues la reincidencia de ex reos es de más de 65%”.

1 comentario:

Anónimo dijo...

Muy interesante, gracias por el artículo. Me sacaste de una enorme duda.

Saludos, muchísimas gracias!